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Un trabajador creyó que un gatito necesitaba ayuda y bajó a un pozo para salvarlo, pero ocurrió algo que sorprendió a todos.
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Un trabajador creyó que un gatito necesitaba ayuda y bajó a un pozo para salvarlo, pero ocurrió algo que sorprendió a todos.
21/05/2018
Desde tiempos lejanos, los gatos han ejercido sobre gran parte de la Humanidad un influjo de extrañeza, incluso sobrenatural en muchas culturas. Para los egipcios antiguos eran manifestaciones divinas, representaciones terrenas de la diosa Bastet con cuerpo de mujer y cabeza de gato. En la Edad Media europea, la inquisición los tenía como manifestaciones diabólicas; muestras de una imaginación fértil que ha dejado huellas en los escritos y tradiciones orales que han llegado hasta nuestros días y aún se encuentran en buen número de productos de ficción.
Los gatos acompañan y escoltan a las brujas en los cuentos infantiles tradicionales, sonríen enigmáticamente, como el gato de Cheshire creado por Lewis Carroll para las aventuras surrealistas de Alicia; el físico austríaco Erwin Schröedinger lo usó para ejemplificar la paradoja que para muchos ilumina una de las escasas partes populares de la física cuántica.
También desprovistos de cualquier influjo maligno, los cuerpos de bomberos se han ido turnando para bajarlos de los árboles.
Y ya en nuestros días, las Redes Sociales se han visto invadidas de vídeos de gatos simpáticos, tiernos, emocionantes. Todo un subgénero por méritos propios.
Los gatos son independientes, listos y hábiles. Y, como bien muestra este vídeo, hay ocasiones en las que los cuidadores humanos les resultamos totalmente prescindibles. Creemos que nos necesitan pero no siempre es así. Como vemos, el amable trabajador de una obra vio a un gato en un foso de unos cuatro metros de profundidad y paredes verticales. Sin alimento y sin agua -aunque se ve una botella que alguien debió arrojar suponemos que abierta-, este hombre creyó que su deber era bajar a rescatar al gato. Pero en vez de recibir al rescatador agradecido, y seguramente percibiendo al samaritano como una amenaza, hizo lo que hacen los gatos -al menos los más jóvenes y en estado felino óptimo-: trepó. A saltos, hincando las zarpas, en un círculo ascendiente y centrífugo que apenas dejó tiempo para reaccionar al cámara y reecuadrar la escena lo mejor que pudo con su móvil.
Éste es el vídeo, ésta fue la situación. Divertida, sí. Y significativa. Pero no podemos evitarlo quizá lo llevemos en los genes, creer que son peluches adorables en vez de felinos. Por eso, la próxima vez que veamos un gato y lo creamos desamparado acudiremos en su ayuda. Pero que quizás no nos necesite.
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